jueves, 24 de septiembre de 2009

Recuerdos

“… pero hay otro terror que amplía el universo,
que lo vuelve más complejo.
Los chicos tienen mucha habilidad para
ese tipo de terror: el de las puertas secretas,
los rincones. En la naturaleza indefinida de las cosas”
Entrevista de Paula Jiménez a Lucrecia Martel,
“La memoria de un sonido”, Buenos Aires, 24-08-08.


Con Dorita nos sentamos a tomar mate y, quizás sin darnos cuenta, comenzaron a entrometerse recuerdos de la infancia.
La casa de mi abuela era una de esas casas chorizo, largas. La familia se reunía en el living, al lado del patio y los chicos nos íbamos a la piecita de adelante que daba a la calle y durante mucho tiempo había funcionado como kiosco. Nos quedábamos jugando, escondiéndonos en los sillones pero había algo que captaba nuestra atención, que nos daba miedo cuando nos quedábamos a oscuras. Se trataba de la virgencita eléctrica, una pequeña virgen de plástico que se enchufaba produciendo electricidad. La mirábamos de lejos, aterrorizados, hasta que un día a mí se me ocurrió tocarla, ver qué pasaba. Me acerqué cautelosamente mientras mis primos me miraban, extendí la mano y sentí un dolor terrible que me produjo un temblor en todo el cuerpo. Mis primos se habían quedado pálidos mirándome y yo había comenzado a llorar sin parar mientras me agarraba el dedo dolorido. Nunca más toqué la virgencita, la abuela la siguió enchufando pero para nosotros podría producir algún tipo de fenómeno paranormal que preferíamos evitar.
Dorita recordó los Saumerios, esas barritas de colores que se prendían para aromatizar el ambiente. Para aromatizar, supuestamente, porque a Dorita le producían alergia. Un día, cansada de que la torturen, decidió incendiarlos así que provocó una humareda bastante terrible como para lograr que la familia decidiera desistir del terrible ritual de aromaterapia.
Habíamos perdido la capacidad de hacer, de incendiar y todo porque sí. Aún teníamos temor, pero ya no nos arriesgábamos. Más certeza, menos incertidumbre y afuera, sin embargo, todo continuaba siendo extraordinario.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Tomates




No soy de hablar mucho pero cuando estoy triste hablo mucho menos, siento, la ausencia. Percibo en cámara lenta, con ralenti, todo sucede delante mío pero sin mí, soy una simple expectadora.
Dorita se daba cuenta, así que al verme retraída me encomendó una tarea específica, tenía que cuidar la planta de tomates del balcón.
A mí me encantaban los tomates y a Dorita también, pero no podía comer verduras crudas, el oncólogo se las había prohibido para evitar cualquier tipo de problema estomacal derivado de la temida bacteria Escherichia coli.
Día a día la cuidaba, la podaba, pero pensaba en la forma en que Dorita pudiera comer tomates, tenía que cocinarlos de alguna manera. Recurrí entonces a otra de mis pasiones, la cocina.
Salí a comprar unos tomates disecados, zapallos zucchini y mozzarella. Corté los zucchini en láminas, los distribuí en una plancha y esperé hasta que se doraran. Mi alrededor se acotaba a los límites de esa cocina, a los olores, las sensaciones... Esuché el ruido de las burbujas chocando unas contra otras, el vapor, el agua estaba hirviendo, así que agregué los tomates secos y, una vez hidratados y colados, los corté en pedacitos. Mezclé el tomate, los zucchini y la moozarella y le agregué unas gotas de aceite de oliva, sal y pimienta. Aroma de tomates húmedos, olivas y tenue olor a quemado de los zucchinis.
Para acompañar compré un pan de cereales, con semillas de lino y girasol, lo corté en rodajas, lo rocié con aceite de oliva, le froté un diente de ajo y lo tosté en el horno.
Dorita lo comió con gusto, le encantó y yo disfrutaba al verla así pero... ¿Dónde estaba mi angustia? ¿Dónde había abandonado la tristeza?

martes, 1 de septiembre de 2009

¿Celebrar?


If you don´t have a date
celebrate
go out and sit on the lawn
and do nothing
cause it´s just what you must to do
nobody dose it anymore

Waltz de Fionna Apple


No estar en pareja o estar solo podría ser una forma de incompletitud, el lenguaje así lo demostraba: "No sabés lo que te perdés...", "Qué bien te vendría...".
Pensaba en el caso de Dorita, una mujer que enfrenta el cáncer, para los otros también podría verse como un caso de falta, de carencia. Pero Dorita era una mujer saludable, alegre, que avanzaba a fuerza de resistir estigmatizaciones.
Dorita y yo, dos mujeres incompletas para los vecinos del edificio, cada una a su manera.
El problema residía en que nosotras mismas llegáramos a vernos así. Dorita había superado sus temores, había salido, se había mostrado ante los otros. Yo, sin embargo, resistía con mayor dificultad los embates.