jueves, 22 de enero de 2009

Ritual





A Dorita le había llegado la invitación para el casamiento de la hija de Raquel, una amiga y antigua compañera de las clases de Yoga.
Ambas nos reíamos pensando en lo que se ahorraba en el peinado, la tintura, el corte del pelo, alcanzaba para comprarse un muy lindo pañuelo y así fue, le elegí uno verde tornasolado.
Dorita se bañó, se maquilló bien para que no se le notaran las ojeras que habían adquirido un denso color morado y comenzó con el ritual del pañuelo. Iba y venía, giraba en el aire, le daba un tono a la luz blanquecina de la ventana, tenía una libertad casi absoluta que iba cediendo a los dobleces y acomodamientos. Finalmente quedó "¿Así te gusta?" yo, inmóvil, la miraba…¿Esa era Dorita?

jueves, 15 de enero de 2009

Amanecer en Torino

Sentía que no podía más, ver los efectos de la quimioterapia en Dorita me afectaba mucho más de lo que suponía. Todavía faltaban algunas sesiones pero yo creía que no iba a poder seguir, creía, sentía, pero seguía apoyándola. Llegaba a casa y lloraba, “todavía faltan, hay que seguir”, frases hechas, absurdas, cliché, no alcanzaban.
Sin embargo, algunos destellos de felicidad intermitente aparecían, “si había empezado tenía que terminar”. Dorita me necesitaba, tanto como yo a ella.
Un fin de semana mis amigas mi invitaron a salir, querían ir a bailar, a mi mucho no me entusiasmaba la idea. Dorita me insistió para que vaya, ella estaba bien y yo necesitaba despejarme así que decidí ir. Yo solía pensar que las fiestas eran una forma de ahuyentar las penas, una especie de purga emocional.
Salimos, bailamos, bailamos, me divertí. La música a todo lo que da, las luces, perderse, sensación de no lugar.
Cuando salimos del boliche eran las seis de la mañana, tomamos el colectivo y nos bajamos en avenida Juan B. Justo y Avenida y San Martín, ahí lo vemos a él, imponente, amaneciendo, despertando, con un brote desmedido de facturas. Nos miramos, nos entendimos y entramos. Al café “Torino” lo habíamos visto miles de veces y ahora era hora de alzar nuestros Capuchinos y brindar.

martes, 6 de enero de 2009

Volver a salir



Con Dorita escuchábamos que había fallecido una chica de 30 años por un cáncer de mama fulminante.
Mientras esperaban su turno las pacientes hablaban y esa historia se les había deslizado fugazmente con una gran cantidad de datos adosados. La chica tenía un novio que la había acompañado en la enfermedad e incluso se habían comprometido a pesar de que le quedaban pocos meses de vida. La muerte le llegó en el hospital aunque querían trasladarla a su casa para que pudiera disfrutar sus últimos días. Eso a mí me producía tristeza, pensaba en lo bueno que hubiese sido la muerte en donde ella quería, esa despedida con olor a comida de hospital y a desinfectante me parecía totalmente injusta.
Dorita escuchaba atentamente hasta que le tocó el turno. Yo me quedé escuchando el relato y ella alejándose con la mirada fijada en esas dos mujeres a las que les estábamos robando la historia.
La charla continuó con algunos reproches al oncólogo, comentarios acerca de los hijos que nunca las habían visto sin peluca y la suba de precios en el supermercado chino.
Cuando Dorita salió me preguntó cómo había seguido la historia pero yo preferí decirle que esas dos mujeres habían comentado lo bien que la habían pasado a la noche, que se habían ido a bailar y una de ellas, soltera, se había levantado a un joven de veinte añitos. Dorita se rió y salimos del consultorio.
Cuando volvíamos Dorita me comentó que tenía ganas de salir, de empezar a dejar el encierro que se había auto impuesto yo le dije que me parecía muy bien y la prefería sin peluca, ella mirándome seria y cambiando el tono me dijo: “No mentís bien, se te nota, pero igual me dieron ganas”.