domingo, 29 de marzo de 2009

Muerte


“Por mi parte, le digo, pienso de otra manera. De qué otra manera, dice él, y yo opino que el tema de la muerte es un tema prohibido, por alguna falla cultural, y que en el fondo se trata de miedo a la muerte”

Los Suicidas, Antonio Di Benedetto

sábado, 21 de marzo de 2009

Fiesta


“Oh mama lascia qu´ il mondo parla”

La mujer que había cuidado a Dorita cuando era chica cumplía años así que teníamos que ir a visitarla. Italiana, de la provincia de Cosenza, Carolina cocinaba rico, muy rico y en especial para los cumpleaños.
Dorita se eligió uno de los pañuelos más lindos y se lo acomodó en la cabeza para tapar la pelada que ahora estaba decorada con unos incipientes pelos. Cuando llegamos, una mujer, Doña Concepción, se quedó inmóvil, se persignó y después de saludarla con miedo continuó comiendo su sándwich de miga. Doña Concepción era en realidad Concheta pero el término le parecía inapropiado por estas tierras así que se había re bautizado.
A mí me toco recibir esa serie de preguntas incómodas e inoportunas que tanto me molestaban, cada vez más: “¿Y vos, qué edad tenés, estás trabajando no?”. Les tuve que explicar que no conseguía trabajo y que estaba cuidando a Dorita. Lo que a mí me preocupaba, más allá de mi propia incomodidad, era que nadie haga sentir mal a Dorita.
Todo marchaba bien pero en cuestión de horas Doña Concepción comenzó a cantar canciones en italiano, a hablar de la vida en Sicilia y en un momento, después de mirarla atentamente a Dorita, su discursó comenzó a virar hacia temas bastante menos felices. Así, empezó a contar la experiencia mortuoria: “En mi pueblo se les sacaba fotos a los muertos, desde la tumba y el cortejo fúnebre iba con caballos, de terciopelo negro, terciopelo negro, ¿entendés?” Yo le dije que casualmente ese era mi color favorito pero eso la indignó: “Y a un velorio, ¿cómo vas vestida? ¿De rosa? Por favorrrr”. Después comentó que la gente se tiraba de los pelos, se golpeaba la cabeza, se arañaba la cara. Yo trataba de imaginarme la situación pero si ampliaba mi análisis terminaba contextualizándolo en una fiesta de cumpleaños ¿Sería que Dorita provocaba ese tipo de reflexiones en la gente? ¿Sentían, mirando a Dorita que se enfrentaban con la muerte o con su propia muerte?
Cuando llegó la hora de irnos Dorita se fue especialmente a saludarla a Doña Concepción y le dijo: “Ya me puedo ir, cambie de tema, relájese y la próxima Doña Concheta llamemos las cosas por su nombre, cáncer, cáncer tengo yo y mire de que colores más lindo me vestí”.

sábado, 14 de marzo de 2009

Excepcional



Porque a veces tenía que sentirme mejor, a veces tenía que recurrir a esa serie de eventos excepcionales.
Como destellos, aparecían para irse, para “evadirse de”, pero después de la fugacidad del instante permanecían, se resistían a abandonarnos.
Y cuando vi esa cortina de plástico en la parrilla de Mercedes recordé las tardes de verano en lo de mi abuela. Sentada en el piso de mosaicos la miraba desde abajo, era una cortina inmensa, magnificente y cuando me disponía a pasarla termina agarrándome de las tiras de plástico, hamacándome para saltar el umbral de la cocina. ¡Y Zas! Aparecía ella, enojadísima y empezaba: “Me las va romper, quedáte quieta por favor, quedáte quieta, dejá esa cortina de una bendita vez, hacéme el favor”. Pero yo me quedaba feliz, esperando que se fuera para agarrarme de vuelta.
La cortina había dejado de ser gigante y a mí ya se me habían olvidado las ganas de prenderme de las tiras. Pero remitían a eso otro, esas cortinas fusionaban temporalidades y volvían, siempre volvían.

jueves, 5 de marzo de 2009

Lista


Cuando me la encontré a la vecina del segundo d que iba tener familia me comentó había leído en la revista “Mi bebé” una lista de cosas que tenía que llevar al hospital: 3 camisones, 1 par de pantuflas, corpiño para amamantar, toallas y un repasador. Repasaba la lista con una naturalidad sorprendente que sólo se vio interrumpida con mi cara de asombro, le pregunté para que iba usar el repasador ¿para qué? Suponía que sólo servía para la cocina.
En ese momento pensé en la gente a la que pagaban para redactar es tipo de artículos, en una de esas se había quedado dormido escribiendo y el olor a repasador quemado de la cocina lo había despertado y ahí lo agregó a la bendita lista. Y ahora, ese ítem empezaba a desvelar a la vecina embarazada de ocho meses y medio y a mí, ilusa, me tocaba el papel de romper esa calma, esa seguridad que le brindaba la revista especializada.
Empecé a pensar entonces en la lista que yo haría para la gente que se hacía quimio, pensé en qué le hacía bien a Dorita en esos momentos de tanto nerviosismo. Una vez se me ocurrió obligarla a jugar un ahorcado, otra vez a la enfermera comenzó a hablarnos de prótesis mamarias y se le ocurrió levantarse la camisa para mostrarnos “lo bien que le habían quedado”. Un juego y una situación sorpresiva eran ideales para calmar la tensión del momento pero ¿y el repasador? ¿Para qué? Cuando volví a mirar a la vecina estaba con la cabeza agachada, dubitativa, así que le pregunté si era tan importante lo del repasador, que mejor era no olvidarse los tres camisones pero ella se bajó y cuando cerraba la puerta me dijo: “¿Tanta lista para qué, hay cosas que se escapan, me cago en esa revista de porquería y me importa un carajo el repasador? ¿sabés?, encima me salió cinco mangos”.