jueves, 25 de diciembre de 2008

Tonada de un nuevo amor


Julia era amiga de Dorita pero desde que se había quedado pelada no se animaba a visitarla hasta que por fin una noche apareció.
Ambas compartían el gusto por el arte así que cuando comenzó a contarle lo que había vivido aquella noche la vista desde el balcón se fue transformando en escenario a medida que se le escurrían las palabras en una verborragia atrapante.
Ya hacía un año que Julio Bocca dejaba la danza en un escenario en plena avenida de Julio al lado del Obelisco porteño. Julia quería ir a verlo y se fue temprano con su banquito en mano, se sentó y fue presenciando la llegada de tanta pero tanta gente que ya ese mismo acontecimiento le provocaba emoción.
Pasaron las horas hasta que por fin apareció en el escenario, Julia recordaba en detalle cómo habían bailado Cecilia Figaredo y Julio mientras Mercedes Sosa cantaba “Tonada del viejo amor”. Cuando uno no encuentra adjetivos para describir esa voz es porque ha logrado su cometido, se erige entonces como canción única, irrepetible, que perpetúa un silencio de goce.
Tanto la canción como el baile habían sido repetidos tantas veces pero la paradoja de ese momento consistía en sentirlas como auténticamente improvisadas para cada uno de los espectadores.
Y en cada momento de recuerdo la imagen se actualizaba, íbamos junto con Julia a ese momento al que ella había retornado tantas veces.
Pero esta vez había algo más, Julia interrumpió abruptamente su relato y la miró a Dorita, le pidió disculpas por no haberla acompañado en las sesiones de quimioterapia y prosiguió contando lo que le había pasado esa misma noche. En palabras de Julia: “No saben la cantidad de gente que había, yo había quedado en el medio de la multitud, bastante alejada del escenario y empecé a sentirme mal, tenía frío, así que me cubrí la cabeza con la capucha de la campera lo que provocó una gran irritación de los espectadores . Yo comencé a reírme, me di vuelta y mirándolos a los que estaban más cercas y más enojados les dije que estaba pelada y que el vientito me daba más frío. Las caras de estupor son graciosamente indescriptibles pero más divertido aún me resultaron los insultos de una chica que los catalogaba como bestias, animales, porque no se habían dado cuenta de mi situación”.
Dorita intentaba ocultar su cáncer, Julia había ocultado su cáncer pero Dorita y Julia se estaban acompañando y empezando a renovar esa antigua tonada que las había hecho tan unidas.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Retorno musical

No tenía un peso, lo que Dorita me daba lo usaba para mantenerme y a penas me alcanzaba. Pero los Fabulosos Cadillacs volvían a tocar y yo tenía ganas de volver a verlos.
A Dorita mucho no le gustaban pero comencé a explicarle que formaban parte de mi vida, que se habían adosado como banda sonora de muchos recuerdos.
Mi mamá me cantaba cuando era chica “Hay que sacarla, hay que sacarla, del pozo ciegoooooo”, después empecé la primaria y nos volvíamos locos con “Mal bicho” y “Raggapunkypartyrebelde”. Los primeros bailes, todos cantando las canciones, el patio de baldosas amarillas de la escuela, el olor a kerosene que pasaban para limpiar, el calor por el techo de chapa.
“Siguiendo la luna” era el momento para la emoción, para la ronda, para los abrazos.
A medida que iba creciendo apareció un “No quiero morir sin antes haber amado pero tampoco quiero morir de amor” de “Calaveras y diablitos” que sirvió de nickname para un incipiente MSN.
“Strawberry fields forever” revivió la emoción Beatle con toques de reggaee.
La última vez que los vi fue en parque Rivadavia, fue un concierto gratuito que vaticinaba una despedida. Bailamos, mucho pogo, una energía increíble terminaría al día siguiente con fiebre y anginas ¡y a mucha honra!
En el estadio River, el regreso Cadillac latía, a las voces del escenario que resonaban en los parlantes se le acoplaban cada una de esas voces que unidas se iban amplificando, en el campo las cabezas chiquititas se movían rítmicamente y en la platea algunas parejas lloraban abrazadas escuchando “Vos sabés”.
Cuando llegó “Carnaval toda la vida” Dorita, delgadísima, saltando contra mí, riéndose, con el pañuelo traspirado adhiriéndose a la cabeza, entendió mi emoción.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Invasión



Siempre habían estado ahí pero yo nunca las había visto. Algunas se paseaban tristes, otras orgullosas, exhibiéndose al viento, sin pudores.
Llamaban la atención, ellas, tan provocadoras.
¿Por qué nunca las había visto? La culpa la tenía Dorita, después de pasar juntas las quimios mi percepción se había modificado, ninguna pelada podía pasar desapercibida ante mi vista.
Quería hablarles, decirles que tengan fuerza pero sin duda mi percepción del cáncer estaba basada en un caso particular y su ampliación encontraría divergencias aunque también algunos puntos en común.
Ahora las miraba atentamente, trataba de percibir sus historias, de entrometerme mentalmente. ¿Quién sería para ellas? Quizás otra mirada de lástima, una de esas tantas condenatorias que apuntan con el dedo y dicen “Esa tiene cáncer, mirá como está, pobre…”. No lo podían saber, la corroboración era imposible ante mi silencio, no podía franquear ese pudor, tenía que seguir caminando y esperar porque quizás mañana u otro día me podría encontrar con otra.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Las chicas sólo quieren divertirse ¡y en la sesión de quimio!

Sentarse en el sillón para recibir la quimioterapia puede ser para muchos una verdadera tortura pero para otros el humor es una excelente terapia alternativa.
Ese era el caso de una mujer que acompañaba a su hijo. Ambos habían tenido cáncer pero se alejaban del lamento y la lágrima fácil y se divertían haciendo chistes. Con Dorita nunca nos habíamos reído tanto en una sesión.
La mujer nos comentó que le habían extraído una mama y como ella tenía grandes senos se había creado una prótesis casera con mijo, el experimento, nos comentaba, le había traído algunos inconvenientes. Por empezar, las palomas la seguían, ¡se querían comer la prótesis! (o, mejor dicho, el mijo) y cuando llovía se le hinchaba y ella decía que seguro “la teta se le iba a germinar”.
De una situación traumática había hecho una comedia que a nosotras nos divertía pero a algunos pacientes les producía disgusto, quizás estarían cansados de tantas aplicaciones pero yo lamentaba que no pudieran divertirse.

domingo, 16 de noviembre de 2008

¿Alegría?

Me encanta la Capital Federal, el centro porteño. Me gusta perderme en las calle mirando las molduras de los antiguos edificios. Me siento extranjera en mi propia ciudad, me olvido del tiempo, voy y vengo, llego a una avenida, doblo y hay una plaza, trato de no sacar el mapa, quién sabe a dónde puedo llegar.
Esta vez aparecí en un bar con grandes ventanas enmarcadas en madera pero con una oscuridad antigua. Entré, me tomé un café y ahí apareció un nene de unos doce años, un nene de la calle, pedía unas monedas y ni bien lo miré él se escondió atrás de una mesa. Pensé que era uno de esos juegos típicos en los que los chicos juegan a que no los ves, así que me reí y fingí no mirarlo, el se rió pero se volvió a agachar. Pensé que era algo divertido, que era una pequeña complicidad nuestra pero cuando el mozo se apareció y el nene no salía de atrás de la mesa entendí que me había equivocado. La inocencia de los chicos, de los chicos de la calle, sus propios simulacros de escape resultaban inadmisibles ante un mundo adulto que los expulsaba.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Accidente


Como Dorita tenía que hacerse la quimio en pocos días me dispuse a hacerle una comida bastante nutritiva con muchas verduras y algunas legumbres. Sin pesar que el zapallo era una verdura traicionera como pocas comencé a cortar la firme cáscara con el cuchillo pero como no estaba suficientemente afilado agarré un pelador de papas un poco oxidado. Con fuerza empecé sacar la cáscara pero el instrumento se resbaló, se zafó para dar de lleno en el dedo índice de mi otra mano que lo sostenía. Pensaba que era una herida común pero cuando empecé a ver la sangre que chorreaba me asusté bastante, grité y Dorita se apareció en la cocina.
Recordar/ fragmentación/ montaje mental: Imagen (sangre, dedo, resabio de dolor, miedo, más sangre, dedo debajo del agua, agua con sangre, bronca, mucha bronca, Pensamiento (bronca actualizada, ¿Cómo voy a seguir ayudando a Dorita?), Imagen (sangre) y Sonido (¿Qué te pasó? ¿Con qué te cortaste? Soy una bruta bestia animal)
Dorita muy tranquila me desinfectó el dedo, me apretó la herida con una gasa y salió corriendo a ponerse el pañuelo en la cabeza.
Yo: -¿Pero qué hacés?-
Dorita: -Nos vamos para el hospital, ya pido el remis-
Yo: -¿Nos vamos? Mirá que es el mediodía, ahora entra y sale mucha gente del edificio-
Dorita: -Te digo que te cambiés y nos vamos YA-
Salimos corriendo, Dorita con el pañuelo medio corrido, con un pedazo de cabeza pelada al aire. Esperando el ascensor se apareció el famoso vecino mala onda que se la quedó mirando:
Vecino: -¿Pero qué te pasó Dorita?-
Dorita: -Oíme una cosa, la ves a Valentina con el dedo apretado, lleno de sangre y me preguntás a mí que me pasa, ayudáme a llamar el ascensor que no viene-
El vecino se quedó atónito, angustiado, en un estupor duradero, Dorita empezó a gritar para que manden el ascensor y ni bien llegó se mandó a pesar de que estaba el portero con sus nenes. El impacto al verla no fue menor pero se preocupó por mi dedo y se ofreció a llevarnos al hospital.
Las caras de muchos vecinos denotaban tristeza y preocupación, las marcas de la cura del cáncer (porque eran las drogas y no el cáncer el que le provocaba la caída del pelo) cobraban en la mirada de los otros una visibilidad terrible, espantosa, que los enfrentaba con lo que creían era una muerte segura.
Los encuentros se fueron sucedieron y la inoportunidad de mi lastimadura se terminó convirtiendo en la primera salida oficial de Dorita.
Cuando llegamos al hospital yo no paraba de reírme mirándola a Dorita así, tan cambiada, con tanta fuerza, tanto carácter y cuando me preguntó que me pasaba le dije: “Como en El Padrino de Francis Ford Coppola, mejor que parezca un accidente”.

sábado, 25 de octubre de 2008

Oncólogo

El viernes me tocó acompañar a Dorita al oncólogo porque necesitaba la receta para hacerse los análisis de sangre. Con cada quimioterapia los niveles de plaquetas bajaban sustancialmente así que debía recuperarse para que le apliquen la próxima sesión.
En el décimo piso, Marcelo T. de Alvear, se abría una dimensión abstracta donde el dolor y el sufrimiento se potenciaban con condimentos de mucho humor e ironía. Esta vez me tocó presenciar el sufrimiento.
Una mujer muy bien vestida se me acercó, estaba junto a su marido, un hombre calmo y sereno pero con ojos perdidos. La mujer me comentó que el marido tenía un cáncer de próstata que le había hecho una metástasis en los huesos lo que le provocaba dificultades para caminar. Le comenté que acompañaba a Dorita, hablamos por varios minutos hasta que en un momento me comentó que la hija había tenido cáncer, y yo no sé porqué pero me estaba impermeabilizando ante el dolor de los demás así que comencé a hacerle preguntas. Quería saber si al menos pudo disfrutar los últimos momentos de su vida pero me dijo que no, que se la había llenado el cuerpo de tumores y que había dejado una hija (nieta). La abracé, le dije que trate de ser fuerte y sobreponerse. Uno en ese tipo de situaciones tiene un manual de términos habituales: “fue para mejor” o “mejor eso a sufrir” pero el lenguaje no es suficiente, lo indecible abre una brecha inconmensurable. Eso era lo que yo pensaba hasta que tuve que despedirla porque el oncólogo había llamado a Dorita y la mujer con los ojos llenos de lágrimas me dijo: “Chau hija, que tengas mucha suerte”.

domingo, 12 de octubre de 2008

Ladrido post-mortem



Shirley no era un animal común y corriente, sus ladridos invadían el edificio unas cuarenta veces al día pero había otro ruido casi imperceptible para algunos departamentos. Cuando alguien se asomaba al balcón esta perrita pequeña pero con ojos diabólicos saltaba para atrás y ladraba desenfrenadamente, el roce de sus patas con la cerámica provocaba un chillido insoportable.
Dorita se divertía molestándola para ver ese espectáculo, bastaba con provocarla con algún ruido en particular, como el de la bolsa de los broches o el de la manija plástica del balde para que comenzara el enloquecimiento.
Una vez me la crucé a la dueña de Shirley, me comentó que la perra había envejecido con el correr de los años y que temía por su vida. En ese momento mi estupor repentino se transformó en una idea, me imaginé a Shirley embalsamada con la boca abierta, mostrando los dientes y el ruido de sus ladridos proveniente de un equipo de música, también podríamos atarla y moverla hacia atrás para conmemorar sus ataques. Y lo peor es que se lo comenté a la dueña (una de las tantas veces que hablo sin pensar, sin filtrar) y ella, con los ojos llenos de lágrimas me dijo: “Es una buena idea, hace mucho que vengo pensando en embalsamarla, no soporto la idea de quedarme sin ella”.

lunes, 29 de septiembre de 2008

No sabés cuanto te extraño…


Cuando llegué temprano al departamento la vi a Dorita muy triste, angustiada. Otra vez insistí con que salga y por primera vez me animé a abrazarla, ella no sabía, pero a mí me costaba mucho, me angustiaba, me hacía sentir vulnerable. Dorita comenzó a llorar y cada vez me abrazaba con más fuerza, le dije que se calmara, que toda iba a estar bien, que faltaba un poco menos para terminar con la quimio pero ella no me respondía, cada vez lloraba con más fuerza.
Dorita enfrentaba su angustia, se sumergía, la lloraba. Cuanto se sentía un poco mejor decidí prepararle un budín energético que había inventado para que se reponga de la quimio porque las defensas bajaban mucho y se sentía muy débil.
Almendras y nueces al horno procesadas, harina, huevos, manteca, azúcar y muchas pasas de uva. El olor dulcísimo con toques navideños se expandía por el edificio. Lo particular de vivir en este tipo de edificaciones consistía en ir capturando olores y sonidos a medida que uno viajaba por el ascensor, una apropiación repentina.
Dorita necesitaba esos sabores para sacarse la acidez de tantos vómitos y de tanto encierro.
Ni bien lo probó se sonrió y me dijo que quizás me convenía ponerme una empresa gastronómica ¡y de ahí directo al canal Gourmet! Luego comenzó a decirme que le preocupaba que los jóvenes no consigan trabajo, lo difícil que era, ella a mi edad había logrado comprar el departamento junto su esposo y vivían bastante bien pese a las dificultades tan autóctonas de nuestro país. Para mí, como para tantos otros, eso era totalmente impensable, una utopía, hasta costaba alquilar así que ni pensar en comprar algo, por otro lado, también estaba la inestabilidad laboral, la dificultad de mantener un empleo estable.
La charla siguió entre budín y mate, evadiendo el sentimiento asfixiante de Dorita que movía sus dedos debajo del pañuelo, rascando su cabeza, buscando, añorando.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Perras

Las tardes de verano eran insoportables así que mientas Dorita descansaba debajo del ventilador de techo yo salía al balcón. Como vivía en un departamento interno, disfrutaba de la vista que tenían los que daban a la avenida.
Un día, al sentir a unos perritos ladrando con un sonido agudo y molesto, decidí tratar de ver donde estaban, miré, miré, pero nada, no los podía encontrar, hasta que mi vista se fijó en una terraza, la lindera al bar de enfrente. El lugar estaba lleno de objetos como tablones de madera y se destacaba un colchón destruído que les servía a los cachorros para esconderse y jugar. De repente se apareció una mujer obesa, con calzas color fucsia que le marcaban la figura, una remera que le levantaba su exuberante delantera, ojotas ruidosas y una palangana verde chillón que apoyó en un tablón. Acalorada, la mujer sacó repentinamente una bombacha color rosado de la palangana para disponerse a colgarla en la soga pero uno de los cachorros saltó y se la sacó de la mano, lo que provocó gran griterío, risas y la aparición de otras dos señoritas también con calzas que corrían como locas a los cachorros que destruían y masticaban la bombacha. Las corridas duraron hasta que una de ellas le pegó al cachorro y por fin logró sustraerle la prenda íntima en discordia.
Yo también empecé a tentarme, no podía creer lo que estaba viendo, era un acontecimiento fuera de lo cotidiano, como un pequeño cortometraje cómico al aire libre, gratis. Cuando le comenté a Dorita lo que acababa de ver me explicó que ahí enfrente estaba el nuevo prostíbulo del barrio, así que seguro esas eran las chicas que trabajaban y las que le compraban profilácticos a la vecina del kiosco que había incrementado notablemente sus ingresos.
Según parecía, la bonanza del barrio era notoria, Dorita había visto la transformación de los hombres que entraban disimulando e impacientes por la espera hasta que les abrieran, y salían apaciguados, sonrientes.
El prostíbulo nos daba a cada uno, a su manera, una alegría…

domingo, 14 de septiembre de 2008

A bordo, la inspiración

De tanto viajar en colectivo (para comprarle cosas a Dorita, para acompañarla al oncólogo, para buscar trabajo) fui percibiendo a mi alrededor situaciones que se me materializaron a través de poemas, aquí van:

Un peso cuarenta

De noche
Por el parabrisas
las lucecitas
y
la chica del colectivo
flequillito top
le habla
celular hecho mechón
“No sos mi novio
ni mi marido
No tengo porque darte
Ninguna explicación
Por una vez que viniste a casa…
¿pero qué te creés?”
el colectivero hace tiempo
y esa música romanticona
taladra

Continúa la escena
ella lo quiere dejar
(aunque no es la novia ni la esposa)
Ricky Martin dice que él la olvida y extraña
Pero yo pienso
tiene dos agujeros negros en los ojos
debe brillar
ese crazy diamond

Finjo no escuchar
la música
la voz chillona
el parece que la quiere
ella le corta el celular, le vuelve a cortar
Me mira
Intuye que le robo
Su historia
Me golpea con su carterita
Huye al primer asiento
Una foto
Se recuesta,
fila derecha
Las luces amarillas
Se suceden a la izquierda
El colectivo
en movimiento
la historia adherida
estas hojas

Se baja en Ciudadela
se escurre en las calle oscuras
(con las saqueos
se fue la luz de la verdulería)
la veo irse
la retengo
el colectivo,
mi mirada
un paneo hasta que se pierde
más oscuridad
pero de fundido a negro

Dos puntos:

Volviendo
A punto de llegar
El colectivo pegando la vuelta
La plaza
Los pibes
charlan
El MSN
Una chica

“¿Sabés que pasa?
la mina se acuerda de todo
el primer día que hablamos
lo que le dije
lo que me respondió
se acuerda de todo
pero yo,
yo no
la mina está enganchada
¿entendés?
Yo no me acuerdo”

La definición
el recuerdo
captura de afectos

[La imagen se forma
cuando la luz
entra en contacto con la película]

Dos adolescentes
Hablando
en vivo y en directo
Entre fierros
Ruidos
motor
Frenadas
Uno de ochenta (anacronismo)
Se atreven,
Conversando
Definen,
Se definen
La definen

Ella lo quiere
recordando
él
La olvida
Y sino toca timbre
Se le pasa la parada

lunes, 8 de septiembre de 2008

Sin trabajo

Diego, el hijo de Dorita, apareció en el departamento de sorpresa, como vivía en Pinamar se le hacía difícil cuidar a su mamá.
Pero esta vez no traía buenas noticias, lo habían echado y con cincuenta años le costaba mucho volver a conseguir trabajo. Dorita se indignó, para ella era joven, pero yo le expliqué que en el ámbito laboral tener cincuenta o más significaba ser viejo y, para demostrárselo, le leí un aviso:

INGENIEROS
Nos orientamos a Ingenieros mecánicos.
Asistirá directamente al Gerente de Construcciones.
Edad: entre 28 y 38 años.
Enviar CV a…

Dorita se resistía a creernos hasta que Diego le comentó las pocas entrevistas que había tenido: “La primera fue en una consultora de Mar del Plata, una chica joven comenzó a hacerme preguntas y luego terminó diciéndome que tenía demasiada experiencia para el puesto y que buscaban gente más joven. Después tuve una entrevista en una empresa y me dijeron que mi perfil no era el adecuado lo cual me sorprendió porque mi experiencia coincidía exactamente con lo que buscaban y, por último, llamé a una consultora porque ya había tenido una entrevista y me dijeron que la empresa había seleccionado a un candidato más joven.”.
Dorita, indignada le dijo: “Pero entonces, ¿Qué podés hacer? Porque no tenés la edad para jubilarte ni tan poco para trabajar, estás excluido del sistema, eso es muy injusto además de absurdo, con tu edad tenés más experiencia...”.
Diego la abrazó para decirle:
“¿Cómo andás vos viejita? estás más flaca pero el pañuelo te queda bárbaro, muy lindo look te hace, ¿Anduvo mejor la última quimio?”
Yo le expliqué: “Más o menos, seguimos con los vómitos, es difícil, pero ella se la banca muy bien, tiene mucha fuerza salvo para salir, tiene miedo de lo que digan los vecinos”
Diego: “Dejáte de hinchar mamá, salí, estás hermosa”
Dorita, interrumpiéndolo: “Me acabás de decir que estoy más flaca y encima, pelada, ¿Sabés la de pavadas que van a decir?, me van a preparar la corona para el velorio”.
Yo pensé que los tres estábamos socialmente jodidos: Dorita era para los demás un muerto vivo, llevaba las marcas del cáncer en su cuerpo, Diego acababa de convertirse en un desempleado, dejaría de ser el hombre que mantiene su hogar y yo, con veinticuatro años, no podía conseguir un trabajo fijo, era una vaga mantenida…
La canción del poeta Pablo Milanés, “Yo no te pido”, debía convertirse en nuestro lema:
“Y en el presente que me importa la gente si es que siempre van a hablar”.

domingo, 31 de agosto de 2008

Bolero


Hoy vino mi amiga del cuarto d porque Dorita está muy aburrida y las veces que se le había cruzado en el ascensor “siempre le había contado algún disparate”.
Dorita se tapó la pelada con un pañuelo de colores, el costo de que le cubriera la cabeza era un sudor insoportable pero esta vez creía que valía la pena y además era una forma de sentir que salía un poco del encierro del departamento.
El relato de Leonor no tardó aparecer, una vez que nos saludó se acomodó en sillón y nos dijo que se había ido a la plaza Morón para buscar unos botones que le había encargado la madre pero algo le había pasado, como siempre:
“Me perdí, no voy mucho a Morón y entonces viene bien desorientarse un poco, salir de la rutina. Quería botones pero terminé metida dentro de una casa de lanas, con mostradores de madera, esos que tienen vidrio y cajoncitos de madera que abren con dificultad los dueños viejos. El viejo encorvado y pelado era sin duda el jefe de hogar, el que sabía donde estaba cada cosa que uno podía llegar a precisar pero ese estaba atendiendo a una clienta entonces yo saqué el número y esperé hasta que el cartel electrónico me marcara el turno. Ese cartel de luces rojas, destructor de anacronismos, sonaba y sonaba según iban pasando las frenéticas clientas en busca del mejor precio y alta calidad. Pero había algo que me llamaba la atención, la música, a todo volumen, como los adolescentes con el rock o la cumbia, en este caso la rebeldía comercial venía de la mano del bolero. Una voz de mujer, la orquesta de fondo, esa guitarrita, las voces masculinas que van apareciendo acoplándose a esa otra voz que los atrae a fuerza de pura sensualidad”.
Leonor interrumpió su relato, se quedó como perdida hasta que Dorita le insistió para que siga contando:
“Es raro pero sentí una gran felicidad, como si el grupo entero apareciera de golpe entre las lanas y empezara a revolear las agujas número 5. La culpa de todo la tenía el volumen alto porque apaciguaba el ritmo de la compra y venta (mejor déme de otro color, ese no me gusta), el bolero te sacaba de ahí o venía para ahí.”
Dorita sintió ganas de escuchar boleros así que yo me comprometí a comprarle algún CD. Pero además me dijo que tenía ganas de salir del departamento, ir a Morón, incluso logré que se asome al pasillo pero inmediatamente pensó en que alguien la podría ver con los kilos de menos, las ojeras y la cabeza rapada.

martes, 26 de agosto de 2008

Adiós a los cabellos

Yo estaba medio deprimida y Dorita tampoco estaba muy alegre que digamos, extrañaba su melena dorada. En esos momentos decidía recordar todas las cosas que había pasado para tener una reflexión un poco más profunda y menos dolorosa.
Una de las drogas le iba a provocar la caída del pelo y al principio fue lo que más le preocupaba de la quimioterapia. La hoja de instrucciones del oncólogo advertía: “La pérdida de cabello (Alopecia) ES SIEMPRE REVERSIBLE” lo que Dorita traducía como: “se te va a caer, pero bueno, bancátela que después te crece”.
Al principio pensó que no se le iba a caer pero después de la segunda sesión, mientras se peinaba, comenzaron desaparecer los primeros mechones entonces decidió no bañarse, no tocarse mas, así no se le seguía cayendo. Yo insistía con pasarle la maquinita eléctrica y pelarla pero ella no quería y pensaba que esa era una forma de garantizar la posibilidad de seguir saliendo a pasear por el barrio y saludar a los vecinos.
Como la temperatura no bajaba, y la transpiración también iba en aumento, Dorita decidió lavarse el pelo. Mientras se me metía en la ducha yo me quedé en el living y pasados unos cinco minutos escuché gritos: “VENÍ, VENÍ, DALE, POR FAVORRRRRRRRRR”. Con bastante miedo me dirigí al baño y detrás de la cortina de la ducha se asomaba una mano con mechones de pelo. Dorita estaba triste, al no bañarse se le había enredado el pelo que se le iba cayendo, quedaba como una maraña.
Recién cuatro días después de ese episodio Dorita me llamó para que le corte los pocos pelos que le quedaban. Tenía que desprenderse de su antigua imagen, era una especie de ceremonia de despedida que yo ejecutaba con la maquinita en funcionamiento, a punto de pasársela por la cabeza.

domingo, 24 de agosto de 2008

Buscando

Mientras cuidaba a Dorita seguía buscando trabajo, quería ser periodista pero era complicado, mis amigos me decían que necesitaba contactos, gente conocida en el medio.
Una amiga y vecina, la del cuarto d, me comentó que había una presentación de un libro en una librería de Capital y como yo necesitaba despejarme, además de un poco de aire acondicionado, decidí ir. Gran sorpresa la mía cuando la vi a ella, la conductora del programa cultural que tanto me gustaba, parecía una tipa con buena onda.
Yo soy un poco tímida pero pensé que quizás podría hablar con esta mujer y pedirle trabajo, en una de esas...
Después del “buenas tardes" de rutina le dije directamente que quería trabajar con ella, formar parte del programa, que había estudiado algo de televisión pero recibí una inesperada respuesta:
“Muchos chicos estudian eso, se la pasan mandándome mails, ya me tienen cansada, ¿Sabés lo que pasa? acá no hay más trabajo, se tienen que ir al exterior, ¿Vos no pensaste en irte afuera?”.
Esta mujer no sólo se negaba a darme trabajo sino que además me estaba echando del país, toda una diva de la tarde cultural…
La buena onda quedaba atrapada al aire entre libros, charlas con grandes autores, sonrisas y elogios pero afuera “que no le hinchen las pelotas”.

sábado, 16 de agosto de 2008

No quiere salir


Dorita no quería salir, yo le insistía, además los vecinos preguntaban. “¿Qué le pasó a Dorita? Hace mucho que no la veo, ya no sale ni hacer las compras ¿Vos porqué te la pasás en su departamento?”. Ella estaba triste, muy triste, me decía que si la veían iban a decir con cara sospechosa: “esta tiene la papa, se va a morir, le falta poco” y ella no tenía ganas de escuchar esas pavadas.
Dorita tuvo cáncer de mama, le extirparon un tumor pero a la gente no le gusta oír esas palabras porque son aparentes sinónimos de muerte. El lenguaje, entonces, tiene que enmascarar lo innombrable, en vez de cáncer, “la papa”, en vez de tumor “nodulito”.
A mí me preocupaba bastante verla así, tan angustiada, entonces le presté un libro, “La enfermedad y sus metáforas” de Susan Sontag. La autora analiza el halo de misterio y peligro sobre el cáncer y el sida relacionándolo con la psicosis que antiguamente se le confería a la tuberculosis.Cuando se lo di Dorita quedó perpleja, como asustada, me miró sorprendida y me dijo: “¿Para mí el libro?”, asentí con la cabeza y su mirada quedó como perdida, mirando por la ventana.La psicosis vecinal era lo que no soportaba Dorita entonces pensé que quizás el libro le iba a servir.Incluso muchas de sus amigas habían tenido cáncer pero ninguna se animaba a nombrarlo, ese era el nuevo cuco de Ramos Mejía.
El silencio era el problema, ¿Cómo podía compartir el dolor que sentía? Dorita necesitaba que alguna le hablara de las pelucas, de los pañuelos, de la “fiebre de vómitos por la noche”, del miedo, de la angustia. El cáncer era de otros, nunca de uno y el encierro contribuía a esa ficción-tranquilizadora-de-conciencias.Cada vez me encariñaba más con ella, me la pasaba horas en su casa.
Esa noche cuando me fui estaba el vecino del “a” que asomándose por la puerta y mirando para adentro me preguntó: “¿Cómo anda Dorita?” yo me quedé inmóvil, miré para adentro y Dorita hacía señas desesperadas para que cierre, tenía miedo de que la vea. Mi incómoda respuesta fue un “Bien, bien” y mi mente se imaginó a Dorita saliendo, mostrando sin pudores esa cabeza pelada.

martes, 12 de agosto de 2008

Registrando precios para el INDEC

Dorita estaba mucho mejor, como era el cuarto día después de la quimioterapia ya no tenía vómitos y las ganas de comer reaparecerían. Yo tenía que hacer las compras pero el calor era insoportable, no bajaba de los treinta y pico de grados, incluso la ayudé a Dorita a que se recueste en el sillón y abrí la ventana para que circule un poco el aire.
Finalmente salí a la avenida y me fui al mini supermercado que quedaba más cerca con el celular prendido por las dudas.
Cuando me acerqué a la góndola de las carnes vi una mujer con una planilla y entonces, un poco por curiosidad, le pregunté:
-Disculpe, ¿Es de alguna asociación de defensa al consumidor?-
La mujer me respondió sonriendo:
-No, soy del INDEC-
-¿Del INDEC?-
-Si-
-¿Y está anotando los precios de la carne?-
-Claro, de algunos productos-
-Teniendo en cuenta el índice mentiroso de inflación me pregunto cómo es el mecanismo para que los precios que usted anota se reflejen en el cálculo final-
-Pero también están los precios fijados por el gobierno-
-Yo en ningún mercado de la zona veo ninguno de esos precios-
-El tema no pasa por ahí, a mí me obligan a poner los precios fijados por el gobierno-
-Me dijeron que hay mucha presión y por lo que usted me dice parece que es así-
-Si si hay mucha presión, yo hace como veinte años que trabajo en el INDEC y ahora me sacaron a las oficinas y me mandaron a la calle-
-A buscar los precios que ellos quieren que encuentre-
-Claro, además hay otra cosa, el índice inflacionario se va equilibrando entonces meten varios productos, por ejemplo, aumento en los alimentos pero baja por fin de temporada en vestimentas…Pero bueno, yo tengo que trabajar, mucha gente me dice de todo cuando yo digo que soy del INDEC-
-Pero están pasando una situación difícil, basta con hablar un poco con usted para darse cuenta-
-Si si, bueno te dejo que tengo que seguir-
-Disculpe, espero que tenga suerte y que la situación cambie-
-Gracias, gracias-

domingo, 10 de agosto de 2008

Skate

Esas tardes calurosas de verano eran lo peor, en Ramos las chicharras cantaban, el asfalto de los que vecinos habían dado por llamar “la Gaona” ardía y encima el ruido de los coches. El ventilador de techo y los cubitos adentro de los tapper desparramados por todo el departamento no alcanzaban, así era imposible dormir. Bajo esas condiciones era un verano más, como cualquier otro, pero los vómitos no paraban, los efectos post-quimioterapia conjugados con el calor eran insoportables.
Entre los vómitos y el descanso en la cama escuchaba algo que le llamaba la atención, me preguntaba que era pero yo no sabía. A eso de las tres de la tarde, todas las tardes, ese sueño pesado era interrumpido por un ruido extraño, como lejano que se desplazaba de derecha a izquierda y se terminaba perdiendo. Ella lo escuchaba, la despertaba y volvía retomar el sueño para reponerse.
Cuando se sentía mejor intentó saber que era, lo buscó, pero nada, cuando se asomaba al balcón miraba la avenida pero lograba ver de donde venía.
En medio de todo el proceso de análisis de sangre, defensas bajas, vómitos, reponerse y volver a sentirse demasiado mal, eso le deba como una curiosidad alegre.
Yo también quería saber de dónde venían y en una tarea de investigación decidí bajar antes de las tres de la tarde, busqué y ahí los vi, el ruido era provenía del contacto entre los skates y las veredas acanaladas, un ruido como quebrado, los pibes andaban y andaban. Los seguí y ellos habrán pensado que era medio psicópata o vecina que estaba “harta de que le hagan ruido a la hora de la siesta”.
La vecina del décimo b me pidió que la cuide y como no conseguía trabajo acepté la propuesta. Y todo el tema del ruido me hizo acordar de Enrique Sdrech, sus investigaciones, sus opiniones concienzudas, perspicaces, entonces me mandé esa mini investigación. Claro que acá no había ningún crimen pero yo quería hacer lo que me gustaba y todo me servía de excusa.
Les saqué algunas fotos desde el balcón y se las mostré a la vecina. Dorita no salía del departamento por que la daba vergüenza andar pelada o con pañuelo porque “los vecinos se iban a dar cuenta y dios mío el chusmerío que se armaba” así que yo me dediqué a contarle todos los acontecimientos del barrio y mostrarle fotos de los pibes del skate.
Me dijo que se si se animaba en una de esas bajaba y los saludaba, algún día, cuando volviera el pelo. Yo insistía en ponerle un piercing así al menos los vecinos chusmeaban por un cambio de look y por un enloquecimiento repentino…