sábado, 25 de abril de 2009

Nueva adquisición


En todo edificio se generan guerras, desde las temidas reuniones de consorcio hasta las puertas abiertas del ascensor pueden convertirse en el inicio de una batalla.
En este caso el conflicto comenzó con un animal. Leonor, en un intento por reponerse del duelo de Shirley (http://valentinaperiodista.blogspot.com/2008/10/perro-que-ladra.html), decidió adquirir un gato. Marley se había convertido en nuestro nuevo divertimento, pasábamos horas mirando como jugaba e intentaba zafarse de la correa para atacar a las palomas.
Pero un día Marley se enfermó y comenzó a maullar provocando la ira de todos los vecinos que sentenciaban:"Se va el animal o se va ella con el animal". Dorita se indignó y comenzó a llamar por teléfono, a la del doce b le dijo: "¿Te acordás cuando tu hijo era bebé? Bueno, se pasaba horas llorando, toda la noche, ¿alguien te dijo algo?". Luego siguió la del noveno: "¿Te acordás cuando te peleabas con tu hija? puedo enumerarte los temas: huída sin aviso con el novio, la vez que se llevó matemáticas y no te dijo nada o cuando se fue a bailar y volvió a las nueve de la mañana. Se la pasaban gritando ¿pero alguien te dijo algo?".
Cada uno había originado sus propios ruidos molestos pero había que deshacerse del animal cueste lo que cueste.
Indignadas, las tres nos propusimos terminar con tamaña injusticia, Dorita ya había amedrentado a varias vecinas pero aún quedaba mucho trabajo por hacer…

sábado, 18 de abril de 2009

Asco


Siempre fui una persona impresionable, desde la simple idea del más mínimo pinchazo para una extracción de sangre podría desembocar en una huida fugaz. Ni hablar de heridas cortantes.
La primera vez que acompañé a Dorita a sacarse sangre estaba muy preocupada por sus venas debido a que la primera quimio ya había comenzado a dañarlas. Ni bien apareció la aguja tomé la mano de Dorita y le pedí a la chica del laboratorio que no la lastime. Mis ojos no podían salirse de la aguja y de las manos de la chica. Una vez que la aguja comenzó a retirar la sangre pude ver que las facciones de Dorita no se modificaban así que comencé a relajarme.
Incluso antes, cuando Dorita tuvo un drenaje luego de la operación, me ocupaba de inspeccionarlo, necesitaba saber si irrigaba bien, si aparecía algún coágulo.
También me producía arcadas ver y escuchar a alguien vomitar. Pero ni bien Dorita se levantaba de la cama, la agarraba de la cintura, la acompañaba al baño y me preocupaba por inspeccionar que no haya restos de sangre temiendo algún daño interno. Lo que antes me parecía asqueroso o imposible de soportar comenzaba a convertirse en algo rutinario que no me afectaba en lo más mínimo.
¿Sería una cuestión sociológica? ¿Qué era escatológico y que no? Aunque quizás tenía que ver con desprenderme de mis miedos porque había algo, había alguien, que me preocupaba mucho más a tal punto de transformarme completamente.

martes, 14 de abril de 2009

Hospitales

Se ríe el niño dormido
quizás se sienta gorrión esta vez
jugueteando inquieto en los jardines de un lugar
que jamás despierto encontrará

"Plegaria para un niño dormido" tema de Almendra


Cuando operaron a Dorita la clínica rebalsaba de embarazadas, ellas se irían con sus bebés y Dorita sin su tumor. La comparación resulta tan fútil como emotiva, al menos cuando se reactualiza estallando en un recuerdo profundamente fugaz.
Esta vez volvía al hospital pero a recibir a un sobrino, o a quién yo consideraba emotivamente mi sobrino.
La alegría era indescriptiblemente inmensa. Pero comencé a pensar que quizás esas dicotomías mentalmente impuestas eran mucho menos nítidas de lo que parecían.
Cuando Gema, otra paciente con cáncer de mama, salió de la operación, pidió que la dejaran ver “la película”, ya que por culpa de la operación se había quedado sin el final. El cirujano, un poco confuso o indignado, le preguntó a su marido si acaso Gema había entendido que el tumor que le habían extirpado era cancerígeno. Gema comprendía, Gema era totalmente consciente de su cáncer, pero no se iba a privar de hacer lo que tenía ganas de hacer.
La felicidad tiene sus matices, la cultura imponía en qué momentos y cómo manifestarla. Quizás en ese momento debí ser feliz por los hijos que venían y porque Dorita también, a su modo, comenzaría a vivir esa otra vida.

miércoles, 8 de abril de 2009

El baile sin salón


Otra quimioterapia más, pero esta vez me propuse levantarle el ánimo.
Dorita estaba acostada en la cama, agotada, agobiada, sin fuerzas, pero yo quería divertirla así que cuando sus dedos se cansaron sobre el control y apareció Rafaela Carrá me propuse imitar la coreografía. Mi falta de coordinación fue suficiente como para que la cara de Dorita se transformara, y esos labios tan desgastados, ácidos, comenzaron a efectuar una risa suave.
Me sentí ridícula, muy ridícula pero seguí bailando, me cansé, me reí y encima comencé a cantar “Cero tres cero tres cuatro cinco seis….” o algo así, no sabía, cantaba, cantaba, hasta que caí rendida, transpirada. Me había desahogado.

jueves, 2 de abril de 2009

Entrevista

Me estaba dando cuenta de que cuidar a Dorita me permitía no pensar en que tenía que conseguir un trabajo. También comenzaba a desistir del periodismo.
Tenía mucha angustia contenida, demasiada, todo había empezado con mi primera entrevista. Tenía dieciocho años, apenas terminaba el secundario y quería trabajar. Empecé a mirar los clasificados y uno me llamó la atención, buscaban jóvenes para ventas en una localidad vecina, era un agente oficial de una famosa empresa telefónica. Cuando llegué vi a muchos jóvenes de mi edad sentados, casi inmóviles, mudos, todos buscábamos quedar en el puesto, agrupados como gallos de riña.
Apareció el empleador, un hombre alto, de pelo blanco, que comenzó a gritarnos: “¡Ustedes se creen que esto es joda pero acá se viene a laburar! Yo puse a mi hijo a trabajar en una pizzería de cadete, que empiece de abajo. Y ustedes van a tener que hacer cualquier cosa, se van a meter en cualquier lugar con tal de vender teléfonos ¿me entienden? Son todos unos boludos, hay que empezar de abajo, de bien abajo”. Una chica comenzó a quejarse diciendo que no nos podían tratar así, que ella tenía experiencia, que sabía mucho y que quería otra cosa. La respuesta fue rotunda: “Si no te gusta, te vas, chau, te vas”.
Ese fue mi primer encuentro con el mundo laboral.