viernes, 11 de septiembre de 2009

Tomates




No soy de hablar mucho pero cuando estoy triste hablo mucho menos, siento, la ausencia. Percibo en cámara lenta, con ralenti, todo sucede delante mío pero sin mí, soy una simple expectadora.
Dorita se daba cuenta, así que al verme retraída me encomendó una tarea específica, tenía que cuidar la planta de tomates del balcón.
A mí me encantaban los tomates y a Dorita también, pero no podía comer verduras crudas, el oncólogo se las había prohibido para evitar cualquier tipo de problema estomacal derivado de la temida bacteria Escherichia coli.
Día a día la cuidaba, la podaba, pero pensaba en la forma en que Dorita pudiera comer tomates, tenía que cocinarlos de alguna manera. Recurrí entonces a otra de mis pasiones, la cocina.
Salí a comprar unos tomates disecados, zapallos zucchini y mozzarella. Corté los zucchini en láminas, los distribuí en una plancha y esperé hasta que se doraran. Mi alrededor se acotaba a los límites de esa cocina, a los olores, las sensaciones... Esuché el ruido de las burbujas chocando unas contra otras, el vapor, el agua estaba hirviendo, así que agregué los tomates secos y, una vez hidratados y colados, los corté en pedacitos. Mezclé el tomate, los zucchini y la moozarella y le agregué unas gotas de aceite de oliva, sal y pimienta. Aroma de tomates húmedos, olivas y tenue olor a quemado de los zucchinis.
Para acompañar compré un pan de cereales, con semillas de lino y girasol, lo corté en rodajas, lo rocié con aceite de oliva, le froté un diente de ajo y lo tosté en el horno.
Dorita lo comió con gusto, le encantó y yo disfrutaba al verla así pero... ¿Dónde estaba mi angustia? ¿Dónde había abandonado la tristeza?

1 comentario:

Pablo dijo...

Cuando estamos tristes, la realidad se convierte en una puesta en escena. Y hay que sublimar, en la cocina, o en donde sea.