viernes, 30 de octubre de 2009

Mismo vecino, menos sexy

Unos días después de pedirle que sea nuestro enfermero volví a encontrarme con el famoso vecino. Me preguntó cómo estaba Dorita, cómo iba todo y ni bien terminé de decírselo me lanzó un fulminante:
-Si, pero ojo, decíle que se haga controles y eso, radiografías porque en general se terminan haciendo metástasis en los huesos, yo te digo, vos fijáte…-
Ni bien terminó de decirme eso y abrió la puerta para bajar, lo que yo estimaba iba a ser una sonrisa terminó transformándome en un gesto incómodo. Lo miré, me saludó y me perdí mirando el transcurrir de los pisos en el ascensor. Empecé a pensar en las veces en las que yo misma me había encontrado ante esta forma de diagnóstico ante cualquier tipo de enfermedad:

¿Gripe? Tomáte un té con miel y listo, nada de antibióticos que después te arruinan el estómago
Para las diarreas mucho arroz y agua, listo, nada mejor.
Si, es jodido, un amigo de mi prima murió de eso.

¿De qué se trataba? ¿De ejercer la medicina ilegal o el comentario pseudo-científico? Me odiaba a mí misma odiando al vecino que había perdido en sus palabras todo posible atractivo. Pero esa forma de distanciarse del otro… ¿No era, paradójicamente, un intento desesperado de acercamiento? La gente dialoga y hiere, pero quizás el surco que dejan los médicos es suficientemente profundo como para que nos empecinemos en llenarlo.

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