lunes, 18 de enero de 2010

Tarde de chicas

“Toda mirada goza de un efecto de vértigo
en pasión de redoblamiento: tú, yo, siempre, nunca”
El bolero, historia de un amor de Iris M. Zavala


Dorita quería volver a Claromecó, hace mucho que no iba y recordaba con muchísimo cariño los veranos de su infancia.
Recordaba el viento en la playa, la desembocadura de un arroyo en el mar, los atardeceres viendo el sol ocultarse en el mar. Dorita se sentía bien ahí, decía que era un lugar energético y cumplía la función de desconexión: “Acá se te borra toda la información del disco rígido” me decía.
Uno de los días llovió muchísimo así que me propuso ir a visitar a una amiga de la familia que había sido maestra de su madre en una pequeña escuela rural de Tres Arroyos. Aura la recibió emocionada y conmocionada al verla tan flaca y con el pelo corto pero evitó hablar de “la enfermedad” y se limitó a preguntarle cómo estaba.
Llevamos unos conitos de dulce de leche y nos preparó un café que disfrutamos a medida que iban transcurriendo sus relatos. Aura era una mujer de unos ochenta y cinco años que comenzó a contarnos historias de amor de los viejos tiempos, una de las que recuerdo es la de sus padres.
Su madre era una antigua concertista de piano que tocaba junto con su padre (abuelo de Aura) y su hermana (tía de Aura).
Me los imaginé en color sepia, hasta incluso llegué a pensar en la película Funes, un gran amor de Raúl de la Torre. Me vino a la memoria la imagen de Azucena Funes (interpretada por Graciela Borges) tocando el piano pero temiendo que esas imágenes me absorbieran por completo las olvidé para seguir el relato.
El abuelo de Aura era un hombre muy severo, rígido y estricto así que cuidaba con mucho recelo a sus hijas. Un día fueron a Tres Arroyos a dar un concierto y cuando estaban llegando el que sería el padre de Aura miró con atención a esa mujer de elegante figura y delicadeza en los gestos. Unos días después el hombre iría a ver el concierto, rutina habitual en él ya que era un amante de la música. Escuchó atentamente cada uno de los temas interpretados y volvió a mirar con la misma intensidad a aquella mujer, se perdió mirando sus manos, esas mismas manos que seguiría mirando en todos los sucesivos conciertos que la pequeña orquesta daría. Finalmente y, luego de realizar las averiguaciones pertinentes fácilmente conseguibles en un pequeño pueblo, decidió acercarse al padre de la muchacha y éste, con tono firme le dijo: “Si me va a hablar de asuntos musicales lo escucho atentamente, de lo contrario aquí le entrego mi tarjeta”.
Unas semanas después el hombre enamorado se dirigiría a pedir la mano de la concertista. Partió rumbo a Pergamino con su mejor traje, algo nada difícil para un hombre de dinero como él y pidió la mano de la joven lo cual le fue concedido.
Así, sin más, nacía esa historia de amor que Aura narraba con lujo de detalles como si la hubiese vivido.

4 comentarios:

Pablo dijo...

Aura, que lindo nombre, che. Lindo leerte de nuevo Virginia. Linda la lovestory.

María Virginia Gallo dijo...

Gracias PM, ahí pasé por su blog, una época de regresos.

1600 Producciones dijo...

Linda historia!

SAludo y beso.

María Virginia Gallo dijo...

Muchas gracias 1600! besos, Vir