domingo, 16 de noviembre de 2008

¿Alegría?

Me encanta la Capital Federal, el centro porteño. Me gusta perderme en las calle mirando las molduras de los antiguos edificios. Me siento extranjera en mi propia ciudad, me olvido del tiempo, voy y vengo, llego a una avenida, doblo y hay una plaza, trato de no sacar el mapa, quién sabe a dónde puedo llegar.
Esta vez aparecí en un bar con grandes ventanas enmarcadas en madera pero con una oscuridad antigua. Entré, me tomé un café y ahí apareció un nene de unos doce años, un nene de la calle, pedía unas monedas y ni bien lo miré él se escondió atrás de una mesa. Pensé que era uno de esos juegos típicos en los que los chicos juegan a que no los ves, así que me reí y fingí no mirarlo, el se rió pero se volvió a agachar. Pensé que era algo divertido, que era una pequeña complicidad nuestra pero cuando el mozo se apareció y el nene no salía de atrás de la mesa entendí que me había equivocado. La inocencia de los chicos, de los chicos de la calle, sus propios simulacros de escape resultaban inadmisibles ante un mundo adulto que los expulsaba.

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