jueves, 15 de enero de 2009

Amanecer en Torino

Sentía que no podía más, ver los efectos de la quimioterapia en Dorita me afectaba mucho más de lo que suponía. Todavía faltaban algunas sesiones pero yo creía que no iba a poder seguir, creía, sentía, pero seguía apoyándola. Llegaba a casa y lloraba, “todavía faltan, hay que seguir”, frases hechas, absurdas, cliché, no alcanzaban.
Sin embargo, algunos destellos de felicidad intermitente aparecían, “si había empezado tenía que terminar”. Dorita me necesitaba, tanto como yo a ella.
Un fin de semana mis amigas mi invitaron a salir, querían ir a bailar, a mi mucho no me entusiasmaba la idea. Dorita me insistió para que vaya, ella estaba bien y yo necesitaba despejarme así que decidí ir. Yo solía pensar que las fiestas eran una forma de ahuyentar las penas, una especie de purga emocional.
Salimos, bailamos, bailamos, me divertí. La música a todo lo que da, las luces, perderse, sensación de no lugar.
Cuando salimos del boliche eran las seis de la mañana, tomamos el colectivo y nos bajamos en avenida Juan B. Justo y Avenida y San Martín, ahí lo vemos a él, imponente, amaneciendo, despertando, con un brote desmedido de facturas. Nos miramos, nos entendimos y entramos. Al café “Torino” lo habíamos visto miles de veces y ahora era hora de alzar nuestros Capuchinos y brindar.

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