sábado, 14 de marzo de 2009

Excepcional



Porque a veces tenía que sentirme mejor, a veces tenía que recurrir a esa serie de eventos excepcionales.
Como destellos, aparecían para irse, para “evadirse de”, pero después de la fugacidad del instante permanecían, se resistían a abandonarnos.
Y cuando vi esa cortina de plástico en la parrilla de Mercedes recordé las tardes de verano en lo de mi abuela. Sentada en el piso de mosaicos la miraba desde abajo, era una cortina inmensa, magnificente y cuando me disponía a pasarla termina agarrándome de las tiras de plástico, hamacándome para saltar el umbral de la cocina. ¡Y Zas! Aparecía ella, enojadísima y empezaba: “Me las va romper, quedáte quieta por favor, quedáte quieta, dejá esa cortina de una bendita vez, hacéme el favor”. Pero yo me quedaba feliz, esperando que se fuera para agarrarme de vuelta.
La cortina había dejado de ser gigante y a mí ya se me habían olvidado las ganas de prenderme de las tiras. Pero remitían a eso otro, esas cortinas fusionaban temporalidades y volvían, siempre volvían.

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