sábado, 18 de abril de 2009

Asco


Siempre fui una persona impresionable, desde la simple idea del más mínimo pinchazo para una extracción de sangre podría desembocar en una huida fugaz. Ni hablar de heridas cortantes.
La primera vez que acompañé a Dorita a sacarse sangre estaba muy preocupada por sus venas debido a que la primera quimio ya había comenzado a dañarlas. Ni bien apareció la aguja tomé la mano de Dorita y le pedí a la chica del laboratorio que no la lastime. Mis ojos no podían salirse de la aguja y de las manos de la chica. Una vez que la aguja comenzó a retirar la sangre pude ver que las facciones de Dorita no se modificaban así que comencé a relajarme.
Incluso antes, cuando Dorita tuvo un drenaje luego de la operación, me ocupaba de inspeccionarlo, necesitaba saber si irrigaba bien, si aparecía algún coágulo.
También me producía arcadas ver y escuchar a alguien vomitar. Pero ni bien Dorita se levantaba de la cama, la agarraba de la cintura, la acompañaba al baño y me preocupaba por inspeccionar que no haya restos de sangre temiendo algún daño interno. Lo que antes me parecía asqueroso o imposible de soportar comenzaba a convertirse en algo rutinario que no me afectaba en lo más mínimo.
¿Sería una cuestión sociológica? ¿Qué era escatológico y que no? Aunque quizás tenía que ver con desprenderme de mis miedos porque había algo, había alguien, que me preocupaba mucho más a tal punto de transformarme completamente.

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